01/11/1913 - 18/11/2008 - Barquisimeto, Edo. Lara
Técnica: Oleo / Medidas: 32x49 cm/ Año: 1972 |
Texto completo:
Colección Arte Venezolano - 65 - José Requena (2008)
Ministerio del Poder Popular para la Cultura
Ministerio del Poder Popular para la Cultura
Por Willy Aranguren
José Reguena fue un caballero amante, un fino degustador de siluetas, de imágenes oriundas de Venus. Hasta su muerte, ocurrida en noviembre 2008, fue el único artista activo de la llamada Escuela de Caracas, proveniente a su vez del Circulo de Bellas Artes, cuyo protagonismo reluce en los albores del siglo XX. Un aventajado maestro que cumplió como venezolano creador y formador de nuevas generaciones de artistas; el ciudadano a carta cabal con una trayectoria diáfana y meritoria.
Largo y fructífero es el camino de José Requena dentro del mundo cultural venezolano, especialmente en las artes visuales. De sus 100 años de vida dedica 83 a este campo, donde desarrolla una tesonera labor tanto en docencia y creatividad, como en el quehacer artístico, su organización, conocimiento y difusión. Hoy por hoy, es el único artista activo de la llamada Escuela de Caracas, proveniente a su vez del Circulo de Bellas Artes y cuyo protagonismo reluce en los albores del siglo XX.
Requena ostenta en su haber varios títulos y posiciones dentro de su prolongada existencia. Sin embargo, se hallan algunas más sobresalientes como su nobilísima dedicación a la enseñanza del arte en Venezuela; una tarea que de otra manera tiende a perderse en la cotidianidad y la historia.
Nuestro pintor es merecedor del Premio Nacional de Artes Plásticas por su constancia y por los logros obtenidos en diversos campos dentro de las artes visuales. Es un aventajado maestro que cumple como venezolano creador y formador de nuevas generaciones de artistas, un ciudadano a carta cabal con una trayectoria diáfana y meritoria.
El paisajista
Puede decirse que Requena nace dentro del grupo de artistas que se decidieron por cultivar el paisaje venezolano como una forma de autentificación del hecho estético y natural. En efecto, sus Maestros como Antonio Edmundo Monsanto, Francisco Narváez, Rafael Monasterios y Marcos Castillo se dedican con ahínco a estudiar el paisaje y la naturaleza venezolana. el maestro pinta una serie de paisajes referidos a la Caracas de los años cuarenta, cercanos a La Pastora, el Ávila, San Bernardino, Los Caobos, Gamboa, o interiores de casas caraqueñas.
Imprime fuerza extraordinaria y harta plasticidad en cada una de estas obras, como lo hará cuando, años más adelante, se interese por los motivos eminentemente larenses e incluso costeños. Abordar el paisaje de manera sincera, estudiar su luz, aprovechar la intimidad telúrica del rincón, cantarle a las formas heredadas de la cultura agrícola que se convertía en citadina, acercarse a los objetos del paisaje de forma de pinceladas, de manchas, de líneas paralelas o verticales, abordar la perspectiva de manera singular, de forma de poder “cortarla”, acceder a las profundidades, hacia las montañas o al infinito, fueron siempre fórmulas y caminos naturales para el pintor.
Posee una especie de ojo prodigioso para la búsqueda y el encuentro de los motivos paisajísticos, aunado a lo que el paisaje le brinda - el paisaje crepuscular por ejemplo -, de forma que todo se transforma en calidades, cualidades, texturas, masas, colores “entreverados”, sombras y luces diáfanas u oscuras. Esto le brinda una concepción que si bien parte de la realidad del medio, trasciende hacia otros entornos mayormente espirituales, suprarealísticos, como cuando pinta “La Cuesta Lara”, “El Bosque Macuto”, el Parque Ayacucho, o cualquier hacienda, hato, vaquera o incluso dentro de las pequeñas granjas que llegó a tener. El color y el dibujo han sido fundamentales para la creatividad del pintor, así como el estudio de los espacios y planos, que se dan de una manera natural. Requena aprehende el paisaje, lo toma para sí, sin dejar que pierda su esencia en cuanto a la naturaleza misma y ello será una constante en todos sus paisajes de Venezuela, de Lara, con su cromatismo acentuado, rico, directo, con su acercamiento a Cezanne y a los clásicos, sin abandonar nunca una forma de ser pintor venezolano y latinoamericano, caribeño, tropical, siempre telúrico.
El retratista
José Requena se aplica al retrato desde siempre, es decir, desde que estudiaba en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas. De hecho la familia conserva dos gruesos cuadernos, sólo de dibujos, las mayoría retratos de personas, de compañeros, de mujeres y hombres de las calles de Caracas. El cuaderno fue por mucho tiempo su compañero pues en él podía dibujar rápidamente o en detalle las fisonomías de las personas que encuentra a su paso. El pintor ha sido siempre un estudioso de la fisonomía humana, del sincretismo habido en nuestros pueblos. Allí coexisten retratos de personas negras, morenas, catiras, caucásicas, de toda índole. Entabla una relación de camaradería, de conversación, de intimar con los retratados o de investigar acerca del retratado cuando se trababa de un encargo o de una persona fallecida, como en los casos de Ramón Gualdrón, Simón Rodríguez, Simón Bolívar; los retratos de su familia, de sus hijos e hijas, nietos, de sus compañeros en la Escuela de Artes Plásticas de Barquisimeto, con sus modelos quienes en algunos casos eran además sus estudiantes. De hecho la mayoría de los premios los logrará a partir de los personajes retratados, más que con la pintura paisajista.
Requena tiene una inclinación natural hacia el retrato y por ello, podemos afirmar que realizó toda una serie de retratos a manera de galería retratística, como en el caso de la señora Ana Luisa de Botello hacia 1956; una labor no concluida, con raigambre realista, de fina permanencia en cuanto a las líneas dibujísticas, a los colores verdes, azules, violetas. Esta inclinación, a su vez se nota, en los convincentes retratos hechos a su hijo Manuel, a un bedel de la Escuela, a su alumno Aguedo Parra, en la obra “La Bordadora”. Todas estas obras son dignas de colecciones de museos, por lo sobrias, por lo bien concebidas, por su plasticidad extrema, por el logro de colores, tonalidades, ritmos, transparencias, por la relación establecida entre formas y fondo, por el rigor permanente en cada una de los personajes y en fin, por la motivación y la impronta de Maestro. A manera de ejemplo acudimos al retrato de su hijo, el hoy arquitecto y pintor Manuel Rivero, pintado cuando éste era un niño de algunos diez años, hecho con pinceladas rápidas, precisas, de fuerza, de movimientos certeros, para lograr una expresión convincente.
Hay otro mérito poco tomado en cuenta y es el hecho de que el artista afianza y otorga carácter mayormente profesional a la realización de retratos al óleo en el Estado Lara - asunto no muy cultivado por su predecesor más importante Rafael Monasterios y por cuanto, hasta la llegada de Requena, la retratística no fue una de las mejores manifestaciones de nuestra pintura, más bien decimonónica. De esta forma que Requena hace que sus alumnos tomen el carácter innovador de la retratística, la realización de retratos y autorretratos.
Desnudos
José Requena es un caballero amante, un fino degustador de siluetas, de imágenes devenidas de Venus. De nuevo se corresponde con la práctica llevada a cabo en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, donde ya para los años treinta se tenía institucionalizado la presencia de modelos desnudos dentro de ella. Ese mismo carácter se impondrá en la Escuela de Artes Plásticas de Barquisimeto. Los alumnos llegaron a acostumbrarse a estas modelos. Requena, hombre a veces parco o de poco hablar, o en muchas ocasiones familiar y bromista, gozó la oportunidad de poseer muchas modelos, de que le posaran para él, pues le interesaba el color de la piel, las formas sensuales establecidas, la carnosidad de las superficies, así como la mujer amada.
En la mayoría de los casos se establecía una relación familiar, hasta íntima con dichas modelos que Requena aprovechaba al máximo, para sus propósitos eminentemente plásticos, visuales cuando el artista se involucraba con el cuerpo. La relación era tan estrecha que el pintor, si veía cualidades artísticas de la modelo, la entusiasmaba para que dibujase o pintase o las llevaba a exposiciones para que viesen otros tipos de pintura, otras pinturas.
Los desnudos que componen la colección del Museo de Barquisimeto, son dignos de la institución por los logros en pastel, debido a la carnosidad y transparencia dispuesta en cada una de ellos, de nuevo por la relación figura y fondo, y la relación intrínseca entre dibujo y color, entre transparencias y ritmos, entre texturas y contrastes cromáticos. Y es que en Requena, por su apego al paisaje, a la naturaleza, se aporta la idea de endiosamiento, de virginidad que comulga con el paisaje; la fémina está altamente involucrada con la naturaleza y ésta se corresponde con el desnudo en sí; hay comunicación, intercambio de sentimientos, de cualidades, de visualidades.
Bodegones, flores y naturalezas muertas.
Para Gabriel Bracho, Requena posee una condición innata para colocar objetos, para hacer unas especies de escenografías sobrias, sutiles, parsimoniosas. Un don de permanencia equilibrada rodea a cada una de las naturalezas muertas, de las flores y de los bodegones que se propone realizar. Una mirada clásica e impresionista se combina en sus objetos, en sus frutas, en sus botellas de vinos, en sus verduras; de nuevo el fondo adquiere la importancia de envolver, de situar sobriamente a cada uno de los objetos.
Posee la impronta del Maestro que sitúa deliciosamente cada uno de los objetos, con familiaridad doméstica, con altruismo, con divinidad, entre lo terrenal y lo celestial, entre Cezanne y los íconos dispuestos, entre las estructuras geométricas y el color dispuesto, ente la intensidad de lo cromático y la pasividad insinuada de líneas. Así en el “Bodegón” del Museo de Barquisimeto, la maestría entra en juego: la gran tela de fondo recubre casi toda la superficie, donde se distinguen varias frutas y una botella de vino; la atención del espectador se aporta a partir del contraste entre la virtual movilidad de la tela, con su dibujo alargado y curvo y el movimiento circular de los objetos o la forma vertical de la botella de vino, aunada a la disposición de los colores amarillos, morados, marrones, blancos. Se reúnen entonces formas triangulares, rectangulares, circulares cromáticas, para disponer de un bodegón ricamente dibujado, lo que además sucede en el “Bodegón” de la colección de su hijo Néstor Requena.
Lo importante es que el artista dedica toda su vida a la producción de obras artísticas, a enaltecer y enriquecer el legado plástico de Venezuela y del Estado Lara. Es un venezolano ejemplo para todas nuestras generaciones y para las futuras.